Hay un hecho indesmentible en la elección presidencial rusa: el resultado es muy parecido a las encuestas efectuadas antes de la votación. Es claro entonces que Putin logró realmente un macizo apoyo del electorado ruso. Que el rito de las elecciones rusa no sea como el de algunas naciones occidentales hay que atribuirlo a la peculiar historia rusa, donde al margen de la “democracia” de los últimos 20 años, sólo queda medio año antes de la Revolución (casi 100 años atrás) de prácticas democráticas, una insignificancia en la ya milenaria historia rusa. La reciente frase del actual ministro de Hacienda inglés: “No se le puede pedir a Rusia que en 20 años haga lo que a nosotros nos ha costado cientos de años”, es válida también para el perfeccionamiento de los sistemas electorales rusos.
La tarea titánica que tienen los rusos por delante es la constitución de un verdadero partido de oposición, hoy inexistente. Sin él, los desbordes del gobierno son inevitables y en las carreras presidenciales el candidato oficialista correrá casi solo. Por eso en esta elección rusa los opositores no trascendieron y Putin simplemente arrasó. El cacareo de los medios occidentales sobre este asunto tiene dos explicaciones posibles: la primera, que confunden a Moscú (donde Putin obtuvo sólo un 47%) con Rusia, siendo que ella no llega al 10% de la población rusa, y es muy distinta al resto del país. La segunda, que ellos están alineados con el Gobierno de los Estados Unidos, a quien le disgusta la voz independiente de una Rusia dirigida por un líder potente. Estados Unidos y sus aliados cercanos no han expresado sus felicitaciones a Putin. Algunos con vocación de “quilterriers”, le han ladrado, en la seguridad que no recibirán los mordiscos de los perros grandes. Es casi cómico el entusiasmo de los españoles en la algarabía "anti Putin", ellos que insolventes y con casi 25% de desempleo deben mirar con envidia los éxitos económicos rusos.
Lo verdaderamente significativo para el nuevo Gobierno ruso son las felicitaciones que recibió de quien reina hoy en Europa, Angela Merkel; las de China, que sostiene a la economía mundial, y las del siempre respetable Japón. ¿Se necesita mucho más que eso?
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