Días antes de la Eurocopa que se jugó en junio en Ucrania y Polonia, la selección de fútbol de Alemania visitó Auschwitz-Birkenau, un gigantesco complejo de exterminio y trabajos forzados. Establecido por Alemania en territorios polacos al comienzo de la Segunda Guerra, se estima que alrededor de un millón de personas, principalmente judíos, murieron en este lugar. La mayoría de ellos asesinados en las cámaras de gases. Los restantes murieron por hambre, agotamiento, enfermedades, frío o fueron fusilados. En la civilizada Europa en pleno siglo XX, se cometieron las mayores atrocidades que ha visto la historia humana. Por eso un autor que trata sobre ellas llamó “Tierras de Sangre” al triángulo que conforman Polonia, Ucrania y Bielorrusia.
El gesto del equipo alemán es buen reflejo de lo que ha sido la actitud alemana después de la derrota en la guerra: humildad y reconocimiento. Sobre las tragedias del siglo XX europeo construyen en la Unión Europea los países que las sufrieron de manera especial, como Alemania, Finlandia, Polonia y los Estados Bálticos. Para ellos, la Unión Europea tiene un valor que va mucho más allá de asuntos económicos o políticos. Es una cuestión de paz o guerra.
Auschwitz es una experiencia abrumadora y a la luz de ella las realidades humanas y de la política europea quedan a años luz de la cáscara de fantasía consumista de los países del sur europeo. Si los políticos españoles, franceses o italianos, de vez en cuando, imitaran a los jugadores alemanes y visitaran los campos de concentración, podrían desprenderse de esa dosis de frivolidad que ha hecho que la crisis de Europa se haga cada vez más difícil de resolver.
Con Rajoy no han cambiado radicalmente las cosas en España, por lo que después de seis meses en el poder los inversionistas ya no le creen y ven a España embarcada en un ejercicio de “cosmética”. Los franceses de la mano de Hollande, parecen simplemente anacrónicos, hurgando en el baúl de los recuerdos soluciones que han probado no ser tales.
El futuro de Europa apunta al norte y al este, adonde tras cada esquina aparecen recuerdos terribles del precio que pagaron sus sociedades por la frivolidad de la política europea anterior a la Segunda Guerra.
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