En lo que va corrido de la contienda presidencial en Estados Unidos los dirigentes tradicionales de la partidos, la abrumadora mayoría de los Medios y quienes conforman el Deep State, han mostrado una arrogancia que parece no tener límites. Han visto la paja en el ojo de Trump a quien descalifican simplemente porque no forma parte del "establishment" político, y no ven la viga en el propio, los graves problemas que sus políticas han originado tanto en el plano interno como en el externo.
Son esos problemas los que han llevado al enorme malestar que manifiesta la ciudadanía. Es evidente el hastío con líderes y autoridades que se preocupan de los intereses de un pequeño sector de la sociedad y olvidan a las grandes mayorías. Por eso brotaron con fuerza candidaturas tan inesperadas como la de Trump en el bando republicano y la de Sanders en el demócrata. A este último la máquina de poder de su partido le hizo la vida imposible con malas artes (como consecuencia debió renunciar a su cargo la Presidenta del Partido inmediatamente antes de la Convención Demócrata) para no desbancar a la ungida, Hillary Clinton, a pesar de su evidente mal estado de salud, de los escándalos de la Fundación Clinton que parece haber sido una "corredora billonaria" de influencias y de ser ella caracterizada como "extremadamente descuidada" por el Director del FBI al término de las investigaciones sobre sus correos que escaparon al sistema informático del Departamento de Estado. Y qué se dice de su trayectoria como Secretaria de Estado en el primer gobierno de Obama donde con su venia y apoyo entusiasta se puso en marcha "la Primavera Árabe", el funesto segundo capítulo de la intervención de Estados Unidos en el Medio Oriente con el dramatismo que han significado las guerras en Libia, Siria y Yemen, y se preparó el conflicto de Ucrania que el 2014 impulsara su brazo derecho, la nunca bien ponderada Victoria Nuland. La "ungida" a pesar de todos estos desgraciados antecedentes, es la que su partido presenta a la opinión pública como ¡"una garantía" de responsabilidad para el uso de la fuerza militar de Estados Unidos!
Al Establishment le parece natural lo que se llamó en Chile años atrás durante el Gobierno del General Pinochet, "la democracia protegida", esa democracia en la que solo los miembros de la "elite consagrada" pueden tener cargos de representación pública. Es un régimen político tutelado y controlado por una minoría, las llamadas "élites", un evidente menoscabo del sistema democrático. Un sistema de este tipo distingue: Hay ciudadanos de "primera" y de "segunda". A la hora de las elecciones los de "segunda" tienen que elegir a sus autoridades de entre los de "primera". ¡Pobre del que no respete las reglas del juego! Por eso al "establishment" norteamericano le resulta inaceptable que un ciudadano sin "pedigree" político como Trump pueda aspirar a la Presidencia de los Estados Unidos. Su independencia y ser "un recién nacido en la política" lo descalifica ante las "élites".
No es Trump parte del círculo de los "elegidos". Por eso castiga su atrevimiento con el repudio. No entiende este grupo de privilegiados que los simples ciudadanos puedan aspirar a representar a sus conciudadanos. En una verdadera democracia -y parece que Estados Unidos ha dejado de serlo- los ciudadanos pueden hacer oír su voz y aspirar a asumir los principales cargos públicos de la sociedad. Si su desempeño una vez elegidos no es el adecuado o muestran carencias en sus capacidades para gobernar, es la voz de los ciudadanos la que debe manifestarse en siguientes elecciones para quitarles las atribuciones que les habían sido conferidas.
Lo que ha sucedido en la campaña presidencial muestra que las "élites" de Estados Unidos ven con pavor que un simple ciudadano, el "ciudadano" Trump, pueda resultar electo y hacerse con el poder presidencial. De ahí la campaña odiosa y mentirosa que a escala mundial se ha desatado en contra de él. Es el riesgo que el "ciudadano" Trump pueda subvertir el sistema de poder que han montado los "ciudadanos de primera" en su propio beneficio y en detrimento de la gran masa de los "ciudadanos de segunda".
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